viernes, 29 de julio de 2011

Me quedé un minuto reflexionando lo que iba a hacer. Si me iba, no tenía donde ir...
Entonces, la respuesta apareció en mi mente, me quedaría, pero no iba a permitir que me operasen, ni loca.
Volví a la cama, y me puse el tubo en la nariz. Al rato llegó la enfermera.
-¿Lista?-me dijo.
-No, no me voy a operar.
-Pero...pero...
No sabía que hacer. Me quité el tubo, me levanté de la cama y me fui de la habitación por la puerta. Ahora sabían que no me iba a operar, y que me iba a mi casa, estaba perfectamente.
Mi casa no estaba muy lejos. Era de noche.
Fui andando hasta mi casa y llamé al timbre. Nunca olvidaré la cara de sorpresa que puso mi madre al abrirme la puerta. La verdad es que daba risa.
-¿Qué...qué...haces aquí?
-No me voy a operar. No quiero.
Mi madre me cogió de la mano.
-Hija, es por tu bien, tienes un...
-Tumor, ya lo sé, pero no quiero operarme.
-¿Por qué? Te van a dormir.
-No, mamá, no quiero. Ya está.
-Bueno, ve a la cama, y mañana lo hablamos de nuevo, ¿vale? Tengo que llamar al hospital.
Me fui a mi habitación y me tumbé en la cama. No quería cambiarme, estaba demasiado cansada. En cuanto cerré los ojos noté todo el cansancio acumulado durante todo el día, y me dormí.
Estaba en el hospital, iba a visitar a alguien, yo estaba muy preocupada, era algo grave, un ser querido, pero no sabía quién era, ¿cómo había llegado yo allí? Una enfermera me conducía a una habitación. 143, pude leer en la puerta. La enfermera la abrió y... me desperté.